Murió Alice Munro: Premio Nobel de Literatura y maestra del cuento
mayo 14, 2024
Alice Munro no necesitó demasiado para alcanzar algo insólito: comprimir el tiempo y la vida en el espacio de un cuento. Nació en un pueblo canadiense, Wingham, en 1931. Hija de un granjero y una profesora. Espigó sometida a un fuerte moralismo presbiteriano. Viajó poco. Vivió en Vancouver. Se casó una vez y tuvo tres hijas. Se casó otra vez y le fue mejor. En un momento de entusiasmo por vivir mejor regresó al territorio de su infancia. Dejó de conceder entrevistas. Continuó escribiendo. Desde hace algo más de una década sufría un proceso de demencia. Ha muerto ayer 13 de mayo a los 92 años.
Ganó el Nobel de Literatura en 2013. En 2009, el Booker. Y antes, en 2005, la primera edición del Premio Isla de Redonda, fundado por el escritor Javier Marías. Y ahora sí, una vez punteados los méritos y galardones, lo que importa es su obra. Los casi 20 libros que publicó, la docena de colecciones de relatos que le hicieron sitio en la literatura anglosajona desde que en 1950 comenzó dispersar cuentos en revistas de aquí y de allá. Porque el trabajo de Alice Munro es uno de los farallones del relato contemporáneo.
Pronto acumuló atenciones. Más como escritora de culto, casi enigma. Lo que atrae de su escritura es la nitidez, la precisión, la manera de modular historias cercanas, posibles, donde la sugerencia de la fragilidad lo ocupa todo. En 1968 publicó el primer volumen de cuentos: Danza de las sombras. Y ya estaban ahí algunos de los síntomas de su literatura: la fragilidad de los personajes, la inminencia del derrumbe de las situaciones, las rupturas que sabe perfilar como nadie y la sobriedad emocionada determinan sus cuentos. La penumbra de sus atmósferas. La asfixia de algunos ambientes domésticos donde acecha el hundimiento. La densidad psicológica
-distinta a los alcances de Chéjov, pero bien emparentados uno y otra-. Y esa verdad de ser mujer y romper las normas previstas en un mundo de hombres. Porque lo mejor de la escritura de Munro es su manera de advertir, de hacer que se escuchen voces que casi nunca suenan. Una obra de gentes normales donde todo conmueve, porque su amor es el nuestro. Y nuestra soledad. Y nuestra inquietud. Y nuestro desamparo.
Algunos títulos (y su mercancía) determinan una nueva senda narrativa del relato en la segunda mitad del siglo XX: Las vidas de las mujeres (1971), ¿Quién te crees que eres? (1977), Secretos a voces (1994), Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001) o Escapada (2004), de donde Pedro Almodóvar sacó (por tres de los cuentos del volumen) el argumento de Julieta, su película de 2016. Y es que Alice Munro, a su manera, esquiva e involuntariamente distinta (en su mundo y en el nuestro) es motor de explosión en la ancha tradición de escritoras americanas, y canadienses, y europeas, del siglo XX. Igual que Patricia Highsmith, igual que Carson McCullers, igual que Lucia Berlin, igual que tantas formidables desiguales.
Y todo empezó cuando Munro, de niña, leyó La sirenita, de Hans Christian Andersen, y consideró que un final tan triste no era acertado para una historia tan formidable. Así que dio vueltas y vueltas alrededor de su casa hasta que encontró un final mejor que el original. Lo que aquella chica no sabía es que la vida pone más fácil el daño que lo demás. Por eso su obra tiene para nosotros el interés de lo verdadero, pues no disimula la posibilidad de un derrumbe imprevisto. El imprevisto derrumbe que cualquier vida está siempre merodeando, incluso anunciando. En una de sus últimas entrevistas con público, en Canadá, alguien preguntó a Alice Munro cuánto había marcado su existencia el haber nacido en una casa de clase trabajadora. Y contestó con una sentencia suave que podría ser la poética más exacta para entender la suave potencia de su escritura: "No me di cuenta de que era un hogar de clase trabajadora, simplemente miré donde estaba y escribí sobre ello". Porque escribir es, "simplemente", saber mirar y decir lo que estás viendo. Lo que vas viviendo. Pronto aprendió lo difícil de lo sencillo.
Fuente: El mundo
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