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     En un esfuerzo por hacer que la biblioteca escolar sea más inclusiva y representativa, los estudiantes de 1° a 6° básico han participado en una votación abierta para elegir los libros que se añadirán a la colección de la biblioteca CRA. Esta innovadora iniciativa, ha permitido a niños y niñas de diferentes niveles expresar sus preferencias e intereses literarios y participar activamente en la formación del catálogo del colegio.

    Durante las últimas semanas, los estudiantes exploraron una selección de títulos preseleccionados que abarcaban una amplia gama de géneros, incluyendo cuentos, novelas gráficas, libros de ciencia y literatura clásica. Después de un periodo de reflexión y discusión entre pares, los alumnos y alumnas votaron por sus libros favoritos a través de un panel instalado fuera de las dependencias del CRA.

    Este proyecto no solo tiene como objetivo enriquecer la colección de la biblioteca, sino también cultivar un sentido de comunidad y colaboración entre los estudiantes.

    A continuación hacemos extensivo el catálogo de los libros seleccionados que ya se encuentran disponibles para préstamo domiciliario.

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    Forbes es una revista especializada en el mundo de los negocios, las finanzas y los estilos de vida, publicada en Estados Unidos. Fundada en 1917 por B. C. Forbes, cada año publica listas que despiertan gran interés en el ámbito de los negocios como Forbes 500. Su sede central se encuentra en la Quinta Avenida de Nueva York. 


    Según la revista Forbes, los siguientes libros son los 10 mejores libros de terror de todos los tiempos.


    10. La feria de las tinieblas - Ray Bradbury


    Dos adolescentes descubren, una noche de octubre, que en unos pocos minutos, unas pocas vueltas en el carrusel de una feria ominosa, pueden apresurar el tiempo y transformarse en adultos, o en viejos centenarios, o ir hacia atrás y volver a los balbuceos de la primera infancia..





    9. La casa en el lago - Riley Sager



    Casey Fletcher, una célebre actriz que acaba de perder a su esposo en un trágico accidente, intenta escapar de su dolor y una racha de malas críticas cuando decide refugiarse en la casa de su familia junto a un lago en Vermont. Equipada con un par de binoculares y varias botellas de licor, dedica su tiempo a observar a Tom y Katherine Royce, la atractiva pareja que vive en la casa al otro lado del lago. Parecen ser el matrimonio ideal: Tom, un rico empresario de tecnología, y Katherine, una hermosa ex modelo.

    Un día en el lago, Casey salva milagrosamente a Katherine de ahogarse, y las dos comienzan a entablar una amistad. Pero cuanto más se conocen y más tiempo pasa Casey observándolos, queda claro que el matrimonio no es tan armonioso y perfecto como parece. Cuando repentinamente Katherine desaparece, Casey no cree que haya regresado a Manhattan como sugieren sus publicaciones en redes sociales, presiente que algo turbio ha ocurrido y se obsesiona con tratar de descubrirlo. Además, una serie de nuevas desapariciones la hacen sospechar que algo mucho más oscuro existe detrás. Sin embargo, descubrir la verdad será solo la antesala de un misterio mucho más espeluznante de lo que pudo haber imaginado.





    8. Los vampiros de la mente - Dan Simmons


    Son algo más que tres viejos brujos. Son criaturas impías con poderes para controlar las mentes ajenas mientras alimentan emociones generadas durante sus asesinatos rituales.

    Una vez al año, estos vampiros de la mente se reúnen para con sus horribles juegos dividir, confundir y violar las almas humanas. Pero esta vez algo ha fallado y los tres deben enfrentarse a un indescriptible horror. Ellos y su inocente presa están abocados a una dura lucha que decidirá sus destinos y el del mundo entero.

    Desde la basura nazi de la Segunda Guerra Mundial a los secretos concejos que se celebran en Estados Unidos, el horror bajará a las calles y los vampiros de la mente desarrollarán un poder que crece en la penumbra del siglo XX y en la parte oscura de la mente humana.






    7.El terror - Dan Simmons 


    En 1847, dos barcos de la Armada británica, el HMS Erebus y el HMS Terror, que navegaban bajo el mando de sir John Franklin, están atrapados en el hielo del Ártico. En su anhelada busca del paso del Noroeste, parecen haber fracasado. Sin poder hacer nada por continuar su marcha y completar su expedición, rodeados del frío polar y de inminentes peligros, sólo pueden esperar a que llegue el deshielo que les permita escapar.






    6. Drácula - Bram Stoker
    Disponible en Biblioteca Trememn

    Drácula narra la historia de un grupo formado por tres jóvenes y dos muchachas inglesas, más el sabio holandés Van Helsing, en cuyas vidas comienza a entrometerse pavorosamente el conde Drácula, que no es otro que un milenario vampiro. La lucha de aquellos para impedir que este logre sus malignos fines y los transforme, a ellos y a otros, en seres “no muertos”, pasa por todas las etapas del horror.
    Una novela fascinante, terrorífica y de notable calidad literaria que, al igual que su figura central, se multiplica con pasión entre lectores de todo el mundo.






    5. Fantasmas - Peter Straub


    He aquí una de las novelas más sensacionales de este maestro del género de terror. Se trata de la escalofriante historia de cinco amigos, uno de los cuales muere inesperadamente. Los que sobreviven se reúnen para contarse relatos de fantasmas. La llegada de una misteriosa y hermosa mujer hace que las pesadillas se conviertan en realidad. La población en la que viven empieza a ser víctima de apariciones, suicidios y hechos alucinantes. FANTASMAS ha constituido un resonante éxito internacional y ha sido llevada al cine.








    4.El estrangulador - Sidney Sheldon



    Un estrangulador de mujeres anda suelto por las calles de Londres. La gente está aterrorizada. El inspector West, de Scotland Yard, está a cargo de la investigación, que se presenta muy difícil. Akiko, una joven escultora, es la única víctima sobreviviente del estrangulador. West convoca a John Di Pietro,  joven sargento que ha cobrado fama por su habilidad para resolver casos complicados. Juntos trabajan sin descanso, urgidos por la aparición de nuevos cadáveres.
    Saben apenas dos cosas: que el asesino deja una marca en la espalda de cada una de las víctimas y que solo mata cuando llueve.





    3. It - Stephen King



    Esto es lo que se proponen averiguar los protagonistas de esta novela. Tras veintisiete años de tranquilidad y lejanía, una antigua promesa infantil les hace volver al lugar en el que vivieron su infancia y juventud como una terrible pesadilla. Regresan a Derry para enfrentarse con su pasado y enterrar definitivamente la amenaza que los amargó durante su niñez.

    Saben que pueden morir, pero son conscientes de que no conocerán la paz hasta que aquella cosa sea destruida para siempre.







    2. Frankenstein - Mary Shelley
    Disponible en Biblioteca Trememn



    Durante el lluvioso verano de 1816, cuatro de los escritores ingleses más talentosos de su tiempo se dieron cita en Villa Diodati. La mansión a orillas del lago Ginebra fue el escenario en que Lord Byron, John Polidori, Percy Bysshe Shelley y Mary Shelley se retaron a escribir una historia de terror. Aquel juego llevó a la autora londinense a crear Frankenstein, una de las grandes cimas del horror gótico y una brillante reflexión sobre la ética científica. La novela narra el intento de un joven estudiante de medicina de crear vida artificial y las terribles consecuencias de su experimento.






    1. El resplandor - Stephen King


    Redrum. Esa es la palabra que Danny había visto en el espejo. Y aunque no sabía leer, entendió que era un mensaje de horror. Danny tenía cinco años. Y a esa edad pocos niños saben que los espejos invierten las imágenes y menos aún saben diferenciar entre realidad y fantasía. Pero Danny tenía pruebas de que sus fantasías rel acionadas con el resplandor del espejo acabarían cumpliéndose: REDRUM? MURDER, asesinato. Pero su padre necesitaba aquel trabajo en el hotel.





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    En una emocionante jornada celebrada el 30 de septiembre y el 2 de octubre en las dependencias del CRA, los alumnos y alumnas de quinto básico de nuestro establecimiento llevaron a cabo una actividad de kamishibai que sorprendió y cautivó a sus compañeros. Este arte japonés de contar historias mediante imágenes en un teatro de papel permitió a los estudiantes explorar su creatividad y habilidades de narración.

    Los expositores se prepararon durante semanas, eligiendo sus historias y creando ilustraciones que acompañaban cada parte del relato a partir de personajes entregados por María Fuentes, profesora de lenguaje y comunicación.

    Cada grupo presentó su kamishibai con entusiasmo, dando vida a cuentos y relatos inventados. La combinación de narración oral y visual no solo entretuvo a los espectadores, sino que también fomentó un ambiente de colaboración y aprendizaje entre los alumnos y alumnas del nivel.

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    Nos complace invitarlos/as a explorar una serie de revistas especializadas de diferentes disciplinas creadas por nuestros alumnos y alumnas del electivo de lectura y escritura especializada. Estas publicaciones son el resultado de su creatividad, esfuerzo y pasión por compartir ideas y conocimientos.

    Cada revista aborda temas diversos, desde arte y cultura hasta ciencia y tecnología, reflejando la diversidad de intereses de nuestros estudiantes. Es una oportunidad maravillosa para apoyar su trabajo y apreciar el ingenio que se encuentra en nuestra comunidad educativa.


    • REVISTA ARTE Y CONTROVERSIA

    • REVISTA ESENCIA HUMANA

    • REVISTA TECNOLOGÍA I

    • REVISTA TECNOLOGÍA II 

    • REVISTA INCÓGNITAS DE LA CIENCIA

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    Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

    Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

    La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

    En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

    No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

    Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

    —No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

    Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

    Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

    —¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

    —¡Soy yo, Alicia, soy yo!

    Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

    Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

    Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

    —Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...

    —¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

    Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores


    crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.

    Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

    Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

    —¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

    Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

    —Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

    —Levántelo a la luz —le dijo Jordán.

    La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

    —¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.

    —Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

    Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

    Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

    Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.


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    A los 83 años de edad, muere el escritor chileno Antonio Skármeta, Premio Nacional de Literatura 2014, autor de "Ardiente paciencia" y gran difusor de la literatura a través de su inolvidable programa "El show de los libros".

    Fuente: Culto| La Tercera.

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    Nos complace en presentarles el nuevo catálogo de novedades bibliográficas correspondiente al mes de Octubre, que además, contiene los títulos seleccionados por los y las alumnas de los niveles de la educación básica de nuestro establecimiento a través de una votación.

    Para solicitar los títulos, recuerda acercarte al mesón de biblioteca. 

    ¡Un fuerte abrazo!















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    Han Kang (Gwangju, 1970) ha recibido el premio Nobel de Literatura de la Academia Sueca en reconocimiento a "su intensa prosa poética que afronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana", según el fallo del jurado.

    La poeta y narradora surcoreana, que se ha dado a conocer en el mundo a través de sus novelas pero que ha sido hasta hoy una autora minoritaria, tiene dos libros de narrativa publicados en español, gallego y catalán, La vegetariana y La clase de griego (Penguin Random House), y otro ensayo/crónica disponible en español, titulado Actos humanos (Rata Books). Han Kang ya había ganado el premio Man Booker internacional de ficción en 2016 por La vegetariana.

    Las críticas sobre Han Kang suelen incidir en la raíz poética de su literatura. Actos humanos es la mejor prueba, sobre todo, si se considera que su material inicial parece más periodístico o historiográfico que lírico. En sus páginas, la narradora investigó la matanza de Gwangju, en mayo de 1980. Aquel mes, después de un golpe de Estado militar que había impuesto la ley marcial en Corea del Sur, 220.000 estudiantes universitarios protestaron en las calles de la ciudad de Gwangju. 165 manifestantes y 21 policías murieron en la represión de las protestas. Actos humanos narró aquel trauma desde la morgue a la que fueron a parar los cuerpos de las víctimas y con la forma de un collage de voces que enlazaba el dolor íntimo de los supervivientes con el lenguaje minimalista del ensayo. La matanza de Gwangju se convirtió en sus páginas en un objeto de estudio sociológico.


    Fuente: 
    https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2024/10/10/67079fe421efa0e90e8b457b.html


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    Edgar Allan Poe
    (Boston, 1809 - Baltimore, 1849)


    El gato negro



    No espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma. Me propongo presentar ante el mundo, clara, suscintamente y sin comentarios, una serie de sencillos sucesos domésticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han torturado, me han anonadado. Con todo, sólo trataré de aclararlos. A mí sólo horror me han causado, a muchas personas parecerán tal vez menos terribles que estrambóticos. Quizá más tarde surja una inteligencia que de a mi visión una forma regular y tangible; una inteligencia más serena, más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que no encuentre en las circunstancias que relato con horror más que una sucesión de causas y de efectos naturales.
          La docilidad y la humanidad fueron mis características durante mi niñez. Mi ternura de corazón era tan extremada, que atrajo sobre mí las burlas de mis camaradas.
          Sentía extraordinaria afición por los animales, y mis parientes me habían permitido poseer una gran variedad de ellos. Pasaba en su compañía casi todo el tiempo y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer o acariciaba. Esta singularidad de mi carácter aumentó con los años, y cuando llegué a ser un hombre, vino a constituir uno de mis principales placeres. Para los que han profesado afecto a un perro fiel e inteligente, no es preciso que explique la naturaleza o la intensidad de goces que esto puede proporcionar. Hay en el desinteresado amor de un animal, en su abnegación, algo que va derecho al corazón del que ha tenido frecuentes ocasiones de experimentar su humilde amistad, su fidelidad sin límites. Me casé joven, y tuve la suerte de encontrar en mi esposa una disposición semejante a la mía. Observando mi inclinación hacia los animales domésticos, no perdonó ocasión alguna de proporcionarme los de las especies más agradables. Teniamos pájaros, un pez dorado, un perro hermosísimo, conejitos, un pequeño mono y un gato. Este último animal era tan robusto como hermoso, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Respecto a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era bastante supersticiosa, hacía frecuentes alusiones a la antigua creencia popular, que veía brujas disfrazadas en todos los gatos negros. Esto no quiere decir que ella tomase esta preocupación muy en serio, y si lo menciono, es sencillamente porque me viene a la memoria en este momento. Plutón, este era el nombre del gato, era mi favorito, mi camarada. Yo le daba de comer y él me seguía por la casa adondequiera que iba. Esto me tenía tan sin cuidado, que llegué a permititirle que me acompañase por las calles. Nuestra amistad subsistió así muchos años, durante los cuales mi carácter, por obra del demonio de la intemperancia, aunque me avergüence de confesarlo, sufrió una alteración radical. Me hice de día en día más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Llegué a emplear un lenguaje brutal con mi mujer. Más tarde, hasta la injurié con violencias personales. Mis pobres favoritos, naturalmente, sufrieron también el cambio de mi carácter. No solamente los abandonaba, sino que llegué a maltratarlos. El afecto que a Plutón todavía conservaba me impedía pegarle, así como no me daba escrúpulo de maltratar a los conejos, al mono y aun al perro, cuando por acaso o por cariño se atravesaban en mi camino. Mi enfermedad me invadía cada vez más, pues ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?, y, con el tiempo, hasta el mismo Plutón, que mientras tanto envejecía y naturalmente se iba haciendo un poco desapacible, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
          Una noche que entré en casa completamente borracho, me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, pero, espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma pareció que abandonaba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de ginebra, penetró en cada fibra de mi ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita. Me avergüenzo, me consumo, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.
          Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté una sensacion mitad horror mitad remordimiento, por el crimen que había cometido; pero fue sólo un débil e inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas.
          Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo recuerdo de mi criminal acción.
          El gato sanó lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspecto horroroso, pero en adelante no pareció sufrir. Iba y venía por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con indecible horror.
          Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior para sentirme afligido por esta antipatía evidente de parte de un ser que tanto me había amado. Pero a este sentimiento bien pronto sucedió la irritación. Y entonces desarrollóse en mí, para mi postrera e irrevocable caída, el espíritu de la perversidad, del que la filosofía no hace mención. Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano; una de las facultades o sentimientos elementales que dirigen al carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido cien veces cometiendo una acción sucia o vil, por la sola razón de saber que no la debía cometer? ¿No tenemos una perpetua inclinación, no obstante la excelencia de nuestro juicio, a violar lo que es ley, sencillamente porque comprendemos que es ley? Este espíritu de perversidad, repito, causó mi ruina completa. El deseo ardiente, insondable del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar el Suplicio a que había condenado al inofensivo animal. Una mañana, a completa sangre fría, le puse un nudo corredizo alrededor del cuello y lo colgué de una rama de un árbol; lo ahorqué con los ojos arrasados en lágrimas, experimentando el más amargo remordimiento en el corazón; lo ahorqué porque me constaba que me había amado y porque sentía que no me hubiese dado ningún motivo de cólera; lo ahorqué porque sabía que haciendolo así cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía mi alma inmortal, al punto de colocarla, si tal cosa es posible, fuera de la misericordia infinita del Dios misericordioso y terrible.
          En la noche que siguió al día en que fue ejecutada esta cruel acción, fuí despertado a los gritos de «¡fuego!» Las cortinas de mi lecho estaban convertidas en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad escapamos del incendio mi mujer, un criado y yo. La destrucción fue completa. Se aniquiló toda mi fortuna, y entonces me entregué a la desesperación.
          No trato de establecer una relación de la causa con el efecto, entre la atrocidad y el desastre: estoy muy por encima de esta debilidad. Sólo doy cuenta de una cadena de hechos, y no quiero que falte ningún eslabón. El día siguiente al incendio visité las ruinas. Los muros se habían desplomado, exceptuando uno solo, y esta única excepción fue un tabique interior poco sólido, situado casi en la mitad de la casa, y contra el cual se apoyaba la cabecera de mi lecho. Dicha pared había escapado en gran parte a la acción del fuego, cosa que yo atribuí a que había sido recientemente renovada. En torno de este muro agrupábase una multitud de gente y muchas personas parecían examinar algo muy particular con minuciosa y viva atención. Las palabras «¡extraño!» «¡singular!» y otras expresiones semejantes excitaron mi curiosidad. Me aproximé y vi, a manera de un bajo relieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco. La imagen estaba estampada con una exactitud verdaderamente maravillosa.
          Había una cuerda alrededor del cuello del animal. Al momento de ver esta aparición, pues como a tal, en semejante circunstancia, no podía por menos de considerarla, mi asombro y mi temor fueron extraordinarios. Pero, al fin, la reflexión vino en mi ayuda. Recordé entonces que el gato había sido ahorcado en un jardín,contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín habría sido inmediatamente invadido por la multitud y el animal debió haber sido descolgado del árbol por alguno y arrojado en mi cuarto a través de una ventana abierta. Esto seguramente, había sido hecho con el fin de despertarme. La caída de los otros muros había aplastado a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de este muro, combinada con las llamas y el amoníaco desprendido del cadáver, habrían formado la imagen, tal como yo la veía. Merced a este artificio logré satisfacer muy pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente con mi conciencia, por que el suceso sorprendente que acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una manera profunda. Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme del espectro del gato, y durante este período envolvió mi alma un semisentimiento. muy semejante al remordimiento. Llegué hasta llorar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuentaba habitualmente, otro favorito de la misma especie y de una figura parecida que lo reemplazara.
          Ocurrió que una noche que me hallaba sentado, medio aturdido, en una taberna más que infame, fue repentinamente solicitada mi atención hacia un objeto negro que reposaba en lo alto de uno de esos inmensos toneles de ginebra o ron que componían el principal ajuar de la sala. Hacía algunos momentos que miraba a lo alto de este tonel, y lo que mé sorprendía era no haber notado más pronto el objeto colocado encima. Me aproximé, tocándolo con la mano.
          Era un enorme gato, tan grande por lo menos como Plutón, e igual a él en todo, menos en una cosa. Plutón no tenía ni un pelo blanco en todo el cuerpo, mientras que éste tenía una salpicadura larga y blanca, de forma indecisa que le cubría casi toda la región del pecho.
          No bien lo hube acariciado cuando se levantó súbitamente, prorrumpió en continuado ronquido, se frotó contra mi mano y pareció muy contento de mi atención. Era, pues, el verdadero animal que yo buscaba. Al momento propuse, al dueño de la taberna comprarlo, pero éste no se dio por entendido: yo no lo conocía ni lo había visto nunca antes de aquel momento. Continué acariciándolo y, cuando me preparaba a regresar a mi casa, el animal se mostró dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, agachándome de vez en cuando para acariciarlo durante el camino.
          Cuando estuvo en mi casa, se encontró como en la suya, e hízose en seguida gran amigo de mi mujer. Por mi parte, bien pronto sentí nacer antipatía contra él. Era casualmente lo contrario de lo que yo había esperado; no sé cómo ni por qué sucedió esto: su empalagosa ternura me disgustaba, fatigándóme casi. Poco a poco, estos sentimientos de disgusto y fastidio convirtiéronse en odio.
    Esquivaba su presencia; pero una especie de sensación de bochorno y el recuerdo de mi primer acto de crueldad me impidieron maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de golpearlo con violencia; llegué a tomarle un indecible horror, y a huir silenciosamente de su odiosa presencia, como de la peste.
          Seguramente lo que aumentó mi odio contra el animal fue el descubrimiento que hice en la mañana siguiente de haberlo traído a casa: lo mismo que Plutón, él también había sido privado de uno de sus ojos.
          Esta circunstancia hizo que mi mujer le tomase más cariño, pues, como ya he dicho, ella poseía en alto grado esta ternura de sentimientos que había sido mi rasgo característico y el manantial frecuente de mis más sencillos y puros placeres.
          No obstante, el cariño del gato hacia mí parecía acrecentarse en razón directa de mi aversión contra él. Con implacable tenacidad, que no podrá explicarse el lector, seguía mis pasos. Cada vez que me sentaba, acurrucábase bajo mi silla o saltaba sobre mis rodillas, cubriendome con sus repugnantes caricias.
          Si me levantaba para andar, se metía entre mis piernas y casi me hacía caer al suelo, o bien introduciendo sus largas y afiladas garras en mis vestidos, trepaba hasta mi pecho.
          En tales momentos, aunque hubiera deseado matarlo de un solo golpe, me contenía en parte por el recuerdo de mi primer crimen, pero principalmente debo confesarlo, por el terror que me causaba el animal.
          Este terror no era de ningún modo el espanto que produce la perspectiva de un mal físico, pero me sería muy difícil denominarlo de otro modo. Lo confieso abochornado. Sí; aun en este lugar de criminales, casi me avergüenzo al afirmar que el miedo y el horror que me inspiraba el animal se habían aumentado por una de las mayores fantasías que es posible concebir.
          Mi mujer habíame hecho notar más de una vez el carácter de la mancha blanca de que he hablado y en la que estribaba la única diferencia aparente entre el nuevo animal y el matado por mí. Seguramente recordará el lector que esta marca, aunque grande, estaba primitivarnente indefinida en su forma, pero lentamente, por grados imperceptibles, que mi razón se esforzó largo tiempo en considerar como imaginarios, había llegado a adquirir una rigurosa precisión en sus contornos. Presentaba la forma de un objeto que me estremezco sólo al nombrarlo: y ésto era lo que sobre todo me hacía mirar al monstruo con horror y repugnancia, y me habría impulsado a librarme de él, ni me hubiera atrevido: la imagen de una cosa horrible y siniestra, la imagen de la horca. ¡Oh lúgubre y terrible aparato, instrumento del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
          Y heme aquí convertido en un miserable, más allá de la miseria de la humanidad. Un animal inmundo, cuyo hermano yo había con desprecio destruido, una bestia bruta creando para mí —para mí, hombre formado a imagen del Altísimo—, un tan grande e intolerable infortunio. ¡Desde entonces no volví a disfrutar de reposo, ni de día ni de noche! Durante el día el animal no me dejaba ni un momento, y por la noche, a cada instante, cuando despertaba de mi sueño, lleno de angustia inexplicable, sentía el tibio aliento de la alimaña sobre mi rostro, y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que no podía sacudir, posado eternamente sobre mi corazón.
          Tales tormentos influyeron lo bastante para que lo poco de bueno que quedaba en mí desapareciera. Vinieron a ser mis íntimas preocupaciones los más sombríos y malvados pensamientos. La tristeza de mi carácter habitual se acrecentó hasta odiar todas las cosas y a toda la humanidad; y, no obstante, mi mujer no se quejaba nunca, ¡ay! ella era de ordinario el blanco de mis iras, la más paciente víctima de mis repentinas, frecuentes e indomables explosiones de una cólera a la cual me abandonaba ciegamente.
          Ocurrió, que un día que me acompañaba, para un quehacer doméstico, al sótano del viejo edificio donde nuestra pobreza nos obligaba a habitar, el gato me seguía por la pendiente escalera, y, en ese momento, me exasperó hasta la demencia. Enarbolé el hacha, y, olvidando en mi furor el temor pueril que hasta entonces contuviera mi mano, asesté al animal un golpe que habría sido mortal si le hubiese alcanzado como deseaba; pero el golpe fue evitado por la mano de mi mujer. Su intervención me produjo una rabia más que diabólica; desembaracé mi brazo del obstáculo y le hundí el hacha en el cráneo. Y sucumbió instantáneamente, sin exhalar un solo gemido mi desdicháda mujer.
          Consumado este horrible asesinato, traté de esconder el cuerpo.
    Juzgué que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de ser observado por los vecinos. Numerosos proyectos cruzaron por mi mente. Pensé primero en dividir el cadáver en pequeños trozos y destruirlos por medio del fuego. Discurrí luego cavar una fosa en el suelo del sótano. Pensé más tarde arrojarlo al pozo del patio: después meterlo en un cajón, como mercancía, en la forma acostumbrada, y encargar a un mandadero que lo llevase fuera de la casa. Finalmente, me detuve ante una idea que consideré la mejor de todas.
          Resolví emparedarlo en el sótano, como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas. En efecto, el sótano parecía muy adecuado para semejante operación. Los muros estaban construidos muy a la ligera, y recientemente habían sido cubiertos, en toda su extensión de una capa de mezcla, que la humedad había impedido que se endureciese.
          Por otra parte, en una de las paredes había un hueco, que era una falsa chimenea, o especie de hogar, que había sido enjabelgado como el resto del sótano. Supuse que me sería fácil quitar los ladrillos de este sitio, introducir el cuerpo y colocarlos de nuevo de manera que ningún ojo humano pudiera sospechar lo que allí se ocultaba. No salió fallido mi cálculo. Con ayuda de una palanqueta , quité con bastante facilidad los ladrillos, y habiendo colocado cuidadosamente el cuerpo contra el muro interior, lo sostuve en esta posición hasta que hube reconstituído, sin gran trabajo toda la obra de fábrica. Habiendo adquirido cal y arena con todas las precauciones imaginables, preparé un revoque que no se diferenciaba del antiguo y cubrí con él escrupulosamente el nuevo tabique. El muro no presentaba la más ligera señal de renovación.
          Hice desaparecer los escombros con el más prolijo esmero y expurgué el suelo, por decirlo así. Miré triunfalmente en torno mío, y me dije: «Aquí, a lo menos, mi trabajo no ha sido perdido».
          Lo primero que acudió a mi pensamiento fue buscar al gato, causa de tan gran desgracia, pues, al fin, había resuelto darle muerte. De haberle encontrado en aquel momento, su destino estaba decidido; pero, alarmado el sagaz animal por la violencia de mi reciente acción, no osaba presentarse ante mí en mi actual estado de ánimo.
          Sería tarea imposible describir o imaginar la profunda, la feliz sensación de consuelo que la ausencia del detestable animal produjo en mi corazón. No apareció en toda la noche, y por primera vez desde su entrada en mi casa, logré dormir con un sueño profundo y sosegado: sí, dormí, como un patriarca, no obstante tener el peso del crimen sobre el alma.
          Transcurrieron el segundo y el tercer día, sin que volviera mi verdugo. De nuevo respiré como hombre libre. El monstruo en su terror, había abandonado para siempre aquellos lugares. Me parecía que no lo volvería a ver. Mi dicha era inmensa. El remordimiento de mi tenebrosa acción no me inquietaba mucho. Instruyóse una especie de sumaria que fue sobreseída al instante. La indagación practicada no dio el menor resultado. Habían pasado cuatro días después del asesinato, cuando una porción de agentes de policía se presentaron inopinadamente en casa, y se procedió de nuevo a una prolija investigación. Como tenía plena confianza en la impermeabilidad del escondrijo, no experimenté zozobra. Los funcionarios me obligaron a acompañarlos en el registro, que fue minucioso en extremo. Por último, y por tercera o cuarta vez, descendieron al sótano. Mi corazón latía regularmente, como el de un hombre que confía en su inocencia. Recorrí de uno a otro extremo el sótano, crucé mis brazos sobre mi pecho y me paseé afectando tranquilidad de un lado para otro.
          La justicia estaba plenamente satisfecha, y se preparaba a marchar. Era tanta la alegría de mi corazón, que no podía contenerla. Me abrasaba el deseo de decir algo, aunque no fuese más que una palabra en señal de triunfo, y hacer indubitable la convicción acerca de mi inocencia.
          —Señores —dije, al fin, cuando la gente subía la escalera—, estoy satisfecho de haber desvanecido vuestras sospechas. Deseo a todos buena salud y un poco más de cortesía. Y de paso caballeros, vean aquí una casa singularmente bien construida (en mi ardiente deseo de decir alguna cosa, apenas sabía lo que hablaba). Yo puedo asegurar que ésta es una casa admirablemente hecha. Esos muros... ¿Van ustedes a marcharse, señores? Estas paredes están fabricadas sólidamente.
          Y entonces, con una audacia frenética, golpeé fuertemente con el bastón que tenía en la mano precisamente sobre la pared de tabique detrás del cual estaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
          ¡Ah! que al menos Dios me proteja y me libre de las garras del demonio. No se había extinguido aún el eco de mis golpes, cuando una voz surgió del fondo de la tumba: un quejido primero, débil y entrecortado como el sollozo de un niño, y que aumentó después de intensidad hasta convertirse en un grito prolongado, sonoro y continuo, anormal y antihumano, un aullido, un alarido a la vez de espanto y de triunfo, como solamente puede salir del infierno, como horrible armonía que brotase a la vez de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios regocijándose en sus padecimientos.
          Relatar mi estupor sería Insensato. Sentí agotarse mis fuerzas, y caí tambaleándome contra la pared opuesta. Durante un instante, los agentes, que estaban ya en la escalera, quedaron paralizados por el terror. Un momento después, una docena de brazos vigorosos caían demoledores sobre el muro, que vino a tierra en seguida.
          El cadáver, ya bastante descompuesto y cubierto de sangre cuajada, apareció rígido ante la vista de los espectadores. Encima de su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba subida la abominable bestia, cuya malicia me había inducido al asesinato, y cuya voz acusadora me había entregado al verdugo...
          Al tiempo mismo de esconder a mi desgraciada víctima, había emparedado al monstruo.
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    El pasado 26 de septiembre, el electivo de Lectura y Escritura Especializada participó en el lanzamiento oficial de las revistas especializadas que los estudiantes crearon, escribieron y diseñaron como parte del proceso de la Unidad 3 del curso: Transformando el conocimiento. En este evento, distintos representantes de cada equipo presentaron ante sus compañeros e invitados el proceso creativo detrás de sus publicaciones, así como las principales temáticas desarrolladas en las revistas.

    El público tuvo la oportunidad de profundizar en las presentaciones a través de preguntas y comentarios, lo que enriqueció aún más el intercambio de ideas. Finalmente, celebramos este importante hito con un cóctel preparado por los propios estudiantes, poniendo un broche de oro a una jornada memorable.

    Estamos muy orgullosos de este logro, ya que a través de estas publicaciones logramos conocer más a fondo los intereses de nuestros estudiantes y poner en evidencia el alto nivel académico e investigativo que caracteriza a nuestra institución.

    Próximamente, estas revistas estarán disponibles para la comunidad tanto en formato impreso como digital, ya que uno de nuestros principales objetivos es compartir lo que sabemos hacer bien con los demás.

    ¡Felicitaciones a todo el equipo de Lectura y Escritura Especializada por su esfuerzo y dedicación!

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    Te contamos que Noche de Museos se realizará el próximo viernes 11 de octubre desde las 17:00 horas. 

    Pese a que la participación en estos actos culturales deberá ser gratuita en todos los casos, algunos panoramas podrían requerir inscripción previa por tener cupos limitados. En ese sentido, la recomendación es mantenerse atento al sitio Web del evento.


    Para revisar los museos que participarán de la entretenida actividad y también las actividades que requerirán de inscripción previa, pincha el siguiente link:
    https://www.nochedemuseos.cl/





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     Octubre nos trae novedades y días templados, ideales para hacer lo que más nos gusta: ¡leer en el parque!

     

    En esta oportunidad, acompañará Macarena Quezada, Paulina Jara y nuestros amigos del Museo Precolombino.

     

    El día sábado 19 de octubre tendrán una sesión de cuentos muy especial, en la que Paulina Acuña y Marcela Guzmán nos contarán Los Sonidos de la noche con interpretación en lengua de señas chilena. ¡Están todos invitados!

     











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